La situación geográfica de España, junto con sus las diferencias climáticas y la gran variedad de suelos, hace de la Península Ibérica y nuestras islas un lugar privilegiado para la producción de vinos de características muy distintas.
Hay que destacar el hecho de que España posee muchas comarcas vitivinícolas beneficiarias de especiales circunstancias microclimáticas (O Rosal, Priorato, Ribera del Duero, Sanlúcar de Barrameda…) que contribuyen directamente a la calidad de sus viñedos. El relieve del terrero, la orografía ondulada, la exposición de las viñas en las laderas o los fondos de los valles son algunos de los factores que favorecen la existencia de un determinado microclima que da lugar a vinos de calidad única.
Se cultiva viñedo en la totalidad de las 17 Comunidades Autónomas en las que se divide el país, si bien cerca de la mitad de la extensión total se encuentra en Castilla-La Mancha (473.268 has y el 49,6 % del viñedo plantado), la zona geográfica con mayor extensión del mundo dedicada a su cultivo, seguida de Extremadura (80.391 has, 8,4 %), Castilla y León (63.359 has), Comunidad Valenciana (62.676 has), Cataluña, La Rioja, Aragón, Galicia, Murcia y Andalucía.
Según los últimos datos publicados, el 51,1% producirá vinos tintos y rosados y el 48,9%, vinos blancos. Las variedades de uva más comunes en España son la Airén (23,5%), Tempranillo (20,9%), Bobal (7,5%), Garnacha Tinta, Monastrell, Pardina, Macabeo y Palomino, por orden de importancia en cuanto a su cultivo. De estas variedades, son tintas, la Tempranillo, Bobal, Garnacha tinta y Monastrell y blancas las restantes.
Historia del vino en España
- Origen
- HASTA El siglo XX
- DEL XXI EN ADELATE
No existe unanimidad sobre el lugar en el que comenzaron a realizarse los primeros cultivos de vid en España y quienes fueron los que introdujeron las primeras técnicas de elaboración del vino. Diversas fuentes apuntan que los primeros viñedos se habrían asentado en el litoral sudoccidental andaluz por los fenicios hace alrededor 3000 años, constituyendo el punto de entrada y el lugar de las viñas más antiguas de España, lo cual data de la época fen
Este pueblo fenicio era un pueblo comerciante que fundó un puerto en el sudoeste andaluz al que llamaron Gadir (Cádiz, en la actualidad). Después se trasladó tierra adentro, creando otra ciudad llamada Xera (ahora Jerez) en cuyas montañas circundantes plantaron vides. El clima cálido de la zona favoreció la naturaleza fuerte y dulce de los vinos, lo que les permitía soportar muy bien los viajes. Este hecho, unido a su espíritu comerciante , supuso que ya en el comienzo de la era cristiana, los vinos españoles se convirtieran en una de las mercancías más comunes en los intercambios comerciales del Mediterráneo y norte de África.
Serían los romanos los que continuarían la producción de vinos en la península, para lo que incorporaron sus métodos particulares de elaboración. Entre ellos destaca la crianza en ánforas de barro situadas en estancias altas y soleadas, y cerca de chimeneas. Al parecer, los caldos obtenían así texturas, sabores y fragancias de frutas y flores e, incluso, ahumados muy apreciados. La necesidad de abastecer al vasto imperio y sus legiones contribuyó a intensificar el ya notable tráfico comercial que habían alcanzado los vinos españoles. El declive del Imperio Romano y la posterior invasión bárbara supuso un freno en el desarrollo de la viticultura en España. Las primeras hordas germánicas destruyeron muchas plantaciones de vid. Posteriormente, la llegada de los visigodos a la península contrarrestó la acción de los bárbaros. Mucho más civilizados que sus predecesores por el contacto con los romanos en las provincias limítrofes del Imperio, concedieron una gran importancia a la viticultura.
La llegada de los árabes en el siglo VIII también se tradujo en algunas dificultades para el desarrollo de la vid y la elaboración del vino debido a la prohibición coránica de consumir bebidas fermentadas y alcohólicas. Pese a ello, el cultivo de la vid continuó e, incluso, se mejoró durante el periodo de dominación musulmana. La primera causa se encuentra en la propia uva como fruta y su zumo: no había motivos para prohibir su consumo ni tampoco el del mosto sin fermentar. Por lo tanto, no se podía impedir su cultivo, al menos para los no musulmanes. La segunda causa es la conocida permisividad de algunas dinastías más liberales hacia los cristianos dominados, a los que permitieron continuar con el cultivo de sus viñedos y la elaboración del vino, sobre todo en los monasterios.
El despegue de la viticultura en España se produjo sin embargo con la reconquista de los Reyes Católicos, donde los monjes y frailes de las comunidades religiosas y los monasterios fueron recuperando la tradición vinícola, basándose en la necesidad de disponer de vino para sus ritos religiosos y de estos se extendieron a otros terrenos.
El vino se convirtió en alimento esencial de la dieta española y el hecho de que se pudiera comercializar con él al trasladarlo de un lugar distinto al de producción dio lugar a flujos comerciales y el nacimiento de las distintas regiones vinícolas.
En comienzos del siglo XIX sempiezan a implantarse algunas reformas que tienen como objetivo la mejora de la calidad del vino y se implantan nuevas técnicas industriales de elaboración del vino que sustituyen a las tradicionales artesanales. Este desarrollo de la viticultura se consolida a mediados del siglo XIX con la llegada de la filoxera al norte de Europa. Muchos viticultores franceses se establecieron al otro lado de los Pirineos como única forma para continuar con su medio de vida y trajeron consigo sus variedades de uva, maquinaria y métodos, entre los que destacaban la disposición de las cepas, el control de la fermentación o el sulfatado. Algunas de las plantaciones de Cabernet-Sauvignon y Merlot existentes en la actualidad en La Rioja y Ribera del Duero proceden de este tiempo. A finales de siglo esta plaga terminó afectando también a la península ibérica. Sin embargo en ese momento ya se conocía el remedio (injertar sobre patrón americano, inmune a la plaga) y aunque la plaga afectó a mucho viñedos, no lo hizo de la forma que ocurrió en otros países europeos.
El siglo XX vino marcado por dos hechos que marcaron el declive de la viticultura en España, la Guerra civil española y posteriormente la II Guerra Mundial, que supuso la paralización del mercado europeo del vino. No fue hasta mediados del los años cincuenta cuando el sector se empezó a recuperar.
Las reestructuraciones de viñedos y la renovación y modernización de los procedimientos de elaboración y bodegas han caracterizado la actuación del sector en España, hasta situar nuestros vinos en los mercados nacional e internacional.
En los últimos años, el trabajo y esfuerzo de una nueva generación que ha sabido unir tradición e innovación (con la introducción de nuevas tecnologías acordes a la modernización del sector a nivel mundial) ha dado como resultado caldos de calidad única y la transformación de la imagen y calidad de los vinos españoles.
Hoy, producimos vinos de calidad con una relación calidad-precio muy competitivo para llegar a la conquista de cualquier mercado. En ello estamos.
Características endógenas: clima, suelo y uva
- Clima
- Suelo
- Variedades de Uva
La vid puede vegetar e, incluso, prosperar con éxito bajo las más variadas y adversas condiciones climáticas, pasando frío o mucho calor, en un paisaje casi desértico o cubierta de nieve. Sin embargo, las circunstancias que le son más favorables las proporciona un ambiente templado y más bien seco, con notoria luminosidad, largos veranos e inviernos no demasiado duros. Características estas que son fáciles de encontrar en España.
La temperatura es un factor clave para que la vid realice funciones tan vitales como la respiración, la transpiración o la fotosíntesis. Cuando las temperaturas son elevadas, se aceleran los procesos biológicos de maduración obteniéndose vinos de graduaciones elevadas, dulces o licorosos. En las zonas de elevada altitud, donde las temperaturas son más bajas, la maduración se realiza con dificultad, lo que se traduce en vinos de marcada acidez.
La luminosidad, la cantidad de luz solar que recibe la planta, juega un papel relevante en los fenómenos fisiológicos de la vid. En España se consiguen excelentes caldos en zonas donde la luminosidad alcanza valores muy dispares que oscilan entre las 2.000 horas de insolación directa anual de las comarcas vitícolas del norte y noroeste de la península, y las más de 3.000 horas anuales que, como uno de los valores más elevados del planeta, se registran en el Golfo de Cádiz y algunas áreas del sudeste.
La pluviometría es otro factor de máxima importancia en el desarrollo de la vid. Su influencia afecta decisivamente a la producción cuantitativa y a la calidad de los frutos. Las lluvias características del invierno peninsular favorecen la calidad de las vendimias, al tiempo que la moderada escasez de agua del verano se traduce en bondad para los racimos, hasta el extremo de que las mejores añadas coinciden con veranos secos y calurosos.
Al igual que sucede con el clima, la vid posee una enorme capacidad de supervivencia en gran diversidad de suelos, siempre que no sean excesivamente húmedos. En cualquier caso, para obtener producciones de calidad, es preciso que el suelo reúna adecuadas condiciones, tanto físicas como químicas.
Es necesario tener en cuenta diversos aspectos como la estructura, es decir, la forma en la que se disponen los elementos físicos del suelo (arcilla, sílice, caliza, humus). La más adecuada es la que es capaz de mantener en el terreno el volumen de espacios huecos necesarios para permitir la aireación y respiración de las raíces. Otro elemento importante es la textura del suelo, la proporción relativa de los elementos más finos como arcilla, limo y arena. Determina, junto con la estructura, la compacticidad del suelo, la posibilidad y facilidad de penetración de las raíces de la planta en los distintos horizontes, la permeabilidad al aire y al agua, la capacidad de retención de ésta última y la facilidad de evacuación en exceso, etcétera.
Factores también importantes son la profundidad, el espesor del suelo que puede ser explorado por las raíces de la planta; la temperatura del terreno, que incide en el desarrollo de los procesos biológicos que tienen lugar en la tierra; el color del suelo, ya que su acción influye sobre su temperatura y la atmósfera más próxima a él, incidiendo por tanto en la maduración final de los frutos; la pedregosidad, la presencia de piedras o guijarros menudos, que afecta positivamente a la aptitud del suelo para la viña dado que mejora las condiciones de aireación y la sanidad del suelo; y por último, la composición, ya que la vid extrae del terreno las sustancias minerales que le son necesarias para su existencia y cuya cuantía, por exceso o defecto, es determinante en la calidad del vino.
La uva es una de las mayores influencias en la obtención de vinos de calidad. Se pueden modificar otras variables como las técnicas de poda, el abonado, el riego o los tratamientos fitosanitarios, pero el tipo de uva resulta primordial: aquella que participe en la elaboración del vino le transferirá a éste todas sus características, tanto sus virtudes como sus defectos. Detrás de cada caldo hay siempre una o más variedad de uva que ceden lo mejor de sí mismas: perfume, cuerpo o color.
España se caracteriza por la presencia de una amplia variedad de uvas autóctonas de reconocida calidad que producen vinos de gran nobleza, intensidad y aromas característicos. Gracias a las modernas técnicas de elaboración que respetan los valores primarios del fruto, las tradicionales variedades españolas han recuperado su auténtica fisionomía, como las prestigiosas albariño, moscatel, listán o pedro ximénez, entre otras muchas. A estas variedades autóctonas se han ido uniendo a lo largo de los años otras grandes viníferas internacionales como las distinguidas y viajeras merlot, cabernet-sauvignon o chardonnay, cuyo cultivo se encuentra muy extendido en la actualidad.
La unión de las uvas españolas y las procedentes del exterior da lugar a una extensa lista ,variedades que superan las 6.000 hectáreas de cultivo en España y aquellas que, aunque con una menor implantación, destacan por otros factores como la calidad o por una especial relevancia en sus zonas de producción.
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